«¿El momento de la selección de voleibol? Me preocupan los excesivos elogios, incluso, los que son para mí»
El silencio se cortó cuando uno de los mozos codeó al otro y le enrostró ‘¡viste!, ¿qué te dije? ¡Es el técnico del voley!’ En la pizzería de Cabildo y Congreso alguien había reconocido a Julio Velasco, una situación inusual. «No sé si me gusta que me saluden en la calle, lo devuelvo por educación, pero no me siento cómodo. La combinación perfecta sería el reconocimiento en el ámbito en el que trabajo y después, el anonimato», confiesa. Ahora descansa con su familia en Italia. Pero no en Roma o Milán, donde no podría caminar tranquilo. Su residencia en la península está en Bolonia, y bien en las afueras, casi en la campiña y cerca de los Apeninos.
Acá viaja en subte como un hombre cualquiera. Desde que en 2014 volvió al país eligió no manejar. Optó por un departamento en el barrio de Belgrano intencionalmente, para siempre moverse a pie entre el Cenard y la Federación de voleibol en la avenida Monroe. La charla con Velasco se llena de giros futboleros. Este fanático de Estudiantes, a los 64 años, confiesa que su gran frustración es no haber sido el N° 10 del Pincha. Se esfuerza por derrumbar la estatua y ser simplemente el Julio de La Plata; lo incomoda el púlpito. No es falsa modestia. Es un deseo auténtico, pero ya no lo podrá evitar. Su figura empujó los límites, más allá de que en la calle no lo reconozca casi nadie. Construyó prestigio lejos de la popularidad. Casi un antihéroe.
—¿Cómo se lleva con la vanidad? Porque ha recibido los títulos de mito, héroe, mejor entrenador del siglo.
—Lo de mejor entrenador del siglo no es verdad. Porque hubo una elección, en donde la Federación Internacional presentó tres entrenadores: Doug Beal, Yoshida Matsudaira y yo. El que lo ganó fue Matsudaira. Pero dicen que lo gané yo, y aunque lo aclaro, insisten en que ese premio es mío. En Italia dicen que soy profesor de filosofía y siempre aclaro que no me recibí. Ésas son pavadas. Pero lo complejo es cuando la vanidad se mete en las relaciones interpersonales. Cuando te ponen en ese lugar de mente pensante y todas esas cosas. No es igual, cambia la relación con la gente, porque no podés permitirte ser normal, calentarte o discutir con alguien. Y te terminan poniendo en un lugar que no pediste. Hubo años en los que me sentí muy poco natural y fui creando un mecanismo automático para cuidarme. Yo viví el proceso militar… Cuando llegué a Italia, estaba con un amigo y en la autopista había un control de policía. Yo no hice nada, pero mi amigo advirtió que me puse tenso, que estaba tratando de censurarme en algún punto. Entonces, el me dijo ‘tranquilo que estás en Italia, no en la Argentina’. Ahí hice un click y dije, ‘acá no tengo que cuidarme más’. Cuando empezó lo de la selección de Italia, de alguna manera ese mecanismo de autocensura volvió. Eso realmente me molestaba.
—Al regresar a la Argentina, ¿volvió esa sensación?
—No, en el regreso a la Argentina me sentí libre nuevamente. Como cuando venía de visita. Ahora que me ponen en el juzgador del país, que parece que soy un oráculo, otra vez estoy en guardia. Es un rol fijo: ya no hablo más de voleibol, sino de cómo son los argentinos, paraaaaaa. Está bien, en algún momento dije alguna cosa, pero no puedo estar siempre en ese lugar, porque me rompe las b…
—¿Para quién es más compleja la exposición pública? ¿Para usted o para quienes lo rodean?
—Para todos. La fama es algo complicado. Para mí porque hay veces que parecía que estaba yo y mi personaje. Y tenía ganas de decirle, ‘quiero ser uno solo’. Cuando trabajaba en Italia y venía acá, lo disfrutaba muchísimo. Acá tengo más ancla, están mis amigos de siempre y a ellos no les interesa mi parte pública. Acá me permito ser más Julio.
—¿También por eso no frecuenta los medios?
—Sí, un poco. En Italia, en un momento parecía que yo era el voleibol. Y eso durante unos años no tuvo interferencia con los jugadores, pero luego comencé a notar el fastidio. Por eso dejé. Y si bien la relación era buena, era demasiado yo. Y no quiero que ocurra acá. No doy muchas notas, que vayan los jugadores a los programas. Quiero que sean ellos, porque si no, estas cosas terminan mal.
—Pero son sus jugadores los que valoran su presencia.
—Está bien, pero uno puede manejar eso y darle cierta gradualidad a su exposición. En Italia nunca acepté hacer publicidad. ¿Por qué? Porque si lo aceptás, después no podés quejarte de esa exposición. Había carteles con la cara de Lippi por todos lados. Entonces, si ya sos conocido y amplificás tu imagen. Mi pregunta es ¿por qué? Qué se yo.
—Se supone que no es por una necesidad económica.
—Tal cual. Para mí no hacerlo es como dejarme un as en la manga. Me da la posibilidad, si me agobia mucho la cosa, como para decir ‘pará, porque yo no hice nada que no sea mi trabajo. Tengo el derecho, entre comillas, de’. Ahora, si hacés publicidades, perdés el derecho.
—¿Huye del rótulo de mejor entrenador en la historia del deporte argentino?
—Claro, es una exageración. Porque no creo en las clasificaciones. El mejor músico, escritor, entrenador. No tengo uno en particular porque mucho influye cada momento. No sé si es mejor Piazzolla o Troilo. El músico o el escritor hacen cosas para la posteridad, mientras que nuestro trabajo es una tarea muy pragmática. Tenemos que resolver los problemas de hoy y los modos son los de hoy, no los de ayer o los de mañana. Mi trabajo es prepararme para los nuevos problemas que surjan. No creo en la bajada de línea total; una cosas es enseñar, pero no creo en los procesos en los que le debamos dar una línea a todo el voleibol argentino. Me opongo. Porque si logro que muchos entrenadores sigan mi línea, si es que mi línea existe, termino en algo ideológico. Y como en toda ideología se termina defendiendo al compañero de ideología, aunque sea un perro, y no al más capaz que piensa distinto. Y no sólo en el voleibol, sino en todos los deportes, necesitamos muchos entrenadores buenos, no que piensen de la misma manera.
—¿Qué define a un buen entrenador?
—El que resuelve los problemas de su equipo. Y eso implica manejar situaciones y la química de un equipo. Resolver los conflictos que puede tener el jugador o el equipo en su conjunto. A veces podemos resolver los problemas de ocho equipos y de dos no, y eso no significa que no sos bueno. Quizá, simplemente, no le encontraste la vuelta. Y te vas a otro equipo y ganás. Los mejores médicos le erran con un paciente y eso no quiere decir que sean malos.
—Luego de tanto éxito, ¿temía fallarle a la Argentina?
—Miedo no, pero preocupación sí. Pero después me pregunté: ‘¿Qué pasa si no puedo?’ Pasará que me deprimiré un poco y nada más. Es decir, el sueño que tengo no lo voy a poder realizar. Lo que tuve claro es que si había una posibilidad de lograr algo no era con una receta. A mis jugadores no les hablo de Italia. Ni a los de Irán ni a los de acá.
—¿Y si le preguntan?
—Ahí sí. Pero yo no impongo nada porque entiendo que no sirve el modelo, porque importa el contexto. En Italia puse prioridades que acá no son un problema y viceversa. Ahí tuve que pelear para entrenar duro e incentivar mucho la creatividad individual. Acá nunca tuve problemas para entrenar, los pibes laburan, en todo caso hablemos de cómo lo hacen. Tienen entusiasmo, cero problemas. Allá, a los italianos les ponía dificultades para que valoren algunas cosas, pero acá ¿para qué voy a hacer eso si los chicos nacieron en las dificultades? Acá están resolviendo todo el día. ¿Por qué el jugador argentino es habilidoso? Y porque juega en el potrero, con pozos. Entonces, ¿para qué crearle más problemas? Hay que darles sistema. Nosotros debemos dar la discusión si tenemos los métodos para capacitar en el deporte a las nuevas generaciones.
—¿Resolver los problemas de un equipo es ganar?
—En muy buena parte, sí. Acá en la Argentina se usa una dicotomía demasiado fuerte con este tema del ganar. Y eso viene del fútbol, porque es uno de los poquísimos deportes, si no es el único, en el que se puede llegar a ganar sin jugar bien. En otros deportes no se puede, en el básquetbol, en el rubgy, en el voley, en el tenis. Entonces, es una característica del fútbol. Porque es un espectáculo, entonces esa discusión es posible. Si uno pretendiera modificar eso, debería cambiar las reglas del juego y no la manera en que el entrenador encara las formas para ganar. Se debieran cambiar reglas, como en algún caso ya se hizo, para que sea más lindo el espectáculo. Es necesario entender que no hay juego donde lo importante no sea ganar. Jugás al scrabble o al ahorcado y jugás a ganar, porque de otra forma sería aburridísimo. El juego por definición es ver quién gana. ¿Por qué el fútbol debe ser diferente? Es distinto porque es el espectáculo más grande del mundo. Entonces, tenés que vender ese show y aparece otra problemática.
—Y cómo ganar, ¿importa?
—El cómo sin dudas que importa. Las reglas, las formas por ejemplo, hay que respetarlas. En el fútbol profesional tendría que ser importante la igualdad de condiciones económicas; porque si vos no podés comprar al mejor jugador por mantener tus cuentas ordenadas y el que no cumple sí lo hace, nada tiene sentido.
—Simeone explicó que es vital que el jugador comprenda la diferencia entre jugar al fútbol y a la pelota. ¿Lo esencial en el deporte es saber usar la cabeza?
—No sabía que Simeone decía eso, yo también uso esa frase. Se lo digo a mis jugadores porque son futboleros. Cuando yo jugaba a la pelota en la plaza trataba de hacer una jugada en especial, una gambeta, un caño, una pared. Y hasta no me interesaba cómo iba el partido, lo importante era que me saliera la jugada. Ahora, jugar al fútbol es otra cosa, tengo que hacer lo que sirve y hasta sin la pelota. Les pregunté a mis jugadores: ¿qué es un talento? Todos me dijeron que era aquel al que le salían las cosas fácilmente. Yo les agregué que un talento es aquel al que le vienen las cosas fácilmente y aún así sigue teniendo una gran capacidad de aprendizaje. Después de debutar en Argentinos, Maradona siguió evolucionando. Les pregunto a mis jugadores: ¿por qué Maradona no hizo más goles como el que le hizo a Inglaterra? Se quedaron pensando. Les dije que Maradona no podía estar probando en todos los partidos hacer eso. Que haberlo hecho era parte de la inteligencia y el aprendizaje para darse cuenta de que ése era el momento. La creatividad tiene eso. Aprendió, porque si no Diego hubiera jugado como en el potrero siempre, donde estoy seguro que no largaba la pelota. Nosotros tenemos que aprender lo que no nos viene fácilmente si queremos competir contra los más grandes. Mantener y desarrollar lo que nos viene naturalmente, pero también pensar en lo que no tenemos y potenciarlo. Y eso es el sistema, porque no lo traemos de la cuna. Apenas la escuela da un poco eso. En general, el sistema lo vivimos como algo que nos quita creatividad o individualidad. Pero si el sistema está bien desarrollado, me saca problemas para que yo pueda desplegar mi creatividad.
—En esto deben haber coincidido con Bielsa.
—Sí. Hablamos de esto. Si el sistema funciona, Messi va a recibir más veces la pelota mano a mano contra un rival, que si el sistema no lo ayuda. Eso me lo explicó Guardiola. Me decía que jugaba así porque si dejaba a Messi cinco veces mano a mano con un rival, una era gol. Claro hay que tener a Messi, pero bueno, yo lo tengo y necesito saber qué hacer con él. Trabajar en sistema es costumbre, como todo.
—¿El deportista argentino rechaza el sistema?
—Ahora menos. No es que lo rechazaran, sino que es una cuestión de costumbre. Nosotros en el voleibol debemos trabajar para ajustar detalles; no estamos hablando de un equipo que no sabe jugar, entonces, tenemos que trabajar en dos o tres situaciones. Si uno tiene un sistema que sigue al pie de la letra, va a tener muchos menos errores.
—¿Un buen entrenador debe ser muy estudioso?
—Si es un tipo que no se mete de pleno en su función, tiene que tener la cabeza abierta para que otros lo ayuden a completar su obra. Los jugadores, que han tenido otro tipo de entrenadores, te están evaluando todo el tiempo. Y si tuvieron otro que era más completo. Yo puedo no ser completo, pero el producto final sí tiene que serlo.
—¿Qué espacio le deja al instinto?
—Muchísimo. Primero trato de anular toda la cuestión racional. Consulto mucho con mi staff y le doy muchas responsabilidades. Pero muchas veces no estamos de acuerdo en la elección de algo y me ha pasado que todos dicen A y yo digo B. Y si estoy convencido le doy para adelante. En caso contrario no tengo problema en cambiar. Pero tengo algunos colaboradores que me dicen que cada vez que no seguí mi instinto nos equivocamos como equipo.
—¿Cómo maneja la convivencia de un equipo?
—He tenido jugadores tranquilos y ordenados y otros más desordenados, pero lo que me preocupa es qué me da cada uno para que funcione un equipo. Algunos creen que un equipo significa crear una comunidad para ir dos meses a la playa y convivir. No es así, un equipo tiene que funcionar como tal por encima de las afinidades. Y si no sucede, no pasa nada. El modo de ser de cada jugador no me preocupa. Mi atención está en su modo de ser para aprender.
—El doctor Facundo Manes ha dicho que a este país le faltan más líderes, ¿el deporte los puede proveer?
—Liderazgo es una palabra grande. Yo creo que el liderazgo tiene que estar acompañado del método y del contenido. No creo en los liderazgos para cualquier cosa. Sí es verdad que uno puede saber hablar, porque nuestro trabajo es convencer a los jugadores. Pero de ahí a que puedas liderar. Además, hacerlo en un equipo es diferente a hacerlo en política. Son dos mundos diferentes. La política democrática es el ámbito más difícil. Yo soy más técnico que político.
—¿El momento ideal para introducir cambios en un equipo es en la victoria?
—Entiendo que siempre hay que hacer pequeños o grandes cambios. Si las cosas van mal es posible que las modificaciones sean mayores. El aprendizaje pasa mucho por el feedback. Si me vuelve que no funciona, tengo que cambiar. Lo complejo es cambiar anticipando el feedback. Porque la diferencia en el deporte es que no es suficiente con hacer las cosas bien, las tengo que hacer mejor que el otro. Porque el que pierde ya está cambiando las cosas para ganarte y yo, para anticiparme, tengo que cambiar algo para que eso no suceda. Tengo que ponerme nuevamente delante de él. El error más grande es pensar que como ganaste así, ésa es la verdad. La verdad no existe ni en la ciencia. Lo difícil es cómo proponer cambios sin romper equilibrios. Dicen que equipo que gana no se toca, ¿entonces tengo que esperar a perder? Como yo no quiero perder, tengo que tocar antes. Cada año propongo cosas nuevas.
—¿Cómo se conduce a un talento, a una estrella?
—Lo primero que quieren ver los grupos es si uno trata distinto a ese talento porque realmente lo vale o porque arruga. Si uno es duro con los débiles y arruga con los grandotes, ahí uno pierde autoridad. Hay veces que uno tiene que marcar el territorio con los grandotes, pero eso va más dirigido para los otros que para el grandote. Los chicos no se equivocan: nunca vi a un pibe primero elegir a uno malo y después a uno bueno. Todos saben quién es el mejor y eso pone las cosas en su lugar. El terrible error es cuando un entrenador trata como si fuera un fenómeno a uno que no lo es. Eso no te lo perdonan.
—¿De vuelta en el país para dirigir a la selección argentina está saldando una deuda interna?
—Pienso que sí. En Italia me han propuesto dar cursos, pero a Italia ya le di. Amo profundamente a mi país, ahora quiero darles a los entrenadores de acá. Alguien pagó mi educación y creo que hay que acordarse de esas cosas. Tendemos a ver nada más que lo malo, pero hay muchas cosas buenas. Con la edad que tengo quiero tratar de hacer lo mejor posible con la Argentina. Cuánto voy a poder hacer, no lo sé. A veces me preocupan los excesivos elogios, incluso los que son para mí, porque debemos ser medidos en las victorias. Dimos pasos adelante, pero queremos más.
—Con la World League por delante y los Juegos de la Juventud en Buenos Aires, ¿es el momento del despegue definitivo del voleibol argentino?
—La palabra definitivo es complicada. Porque para lograr cambios definitivos hace falta mucho equilibrio. Si Manes dijo que faltan líderes, no sé si estoy tan de acuerdo. Creo que lo que faltan son más instituciones. Faltan métodos. Más sistemas que líderes. Creo que somos demasiado caudillistas. Para tener éxito definitivo hace falta más sistema. Y en especial, no agrandarnos. Me parece que si nosotros tenemos un defecto, más que no respetar las reglas, es que los argentinos somos muy agrandados. Y eso hace que los progresos no sean definitivos. Por eso cuando logramos un progreso parece que todo está resuelto, calma. Queremos ser mejores y eso es lo complejo. ¿Viste que hay músicos que están tres horas con la guitarra buscando ese color de la nota que sólo ellos saben de qué se trata?
—¿La selección está buscando ese color?
—No, nosotros todavía tenemos que tocar mejor algunas notas. Todavía estamos en eso, ajustando notas.
—En 2011, en una nota con La Nación, dijo que se sentía el personaje de una novela. ¿En qué capítulo está?
—En la Argentina me siento el Julio de La Plata. Y eso lo disfruto. Quisiera llegarle a la gente no como un personaje, sino como uno más de acá, no con ese halo que me aleja de la gente. Me encuentro muy bien con las cosas normales, no me gusta ser un personaje.
Pensamiento vivo
- Los genios y la habilidad de resolver sin darse cuenta. «Cuando el jugador resuelve algo de manera fantástica tiene a su cerebro buscando cosas que hizo alguna vez para aplicarlas en ese momento específico. En el cerebro hay memorias que se usan para resolver problemas y no se puede explicar cómo llegan en ese momento puntual».
- La inteligencia intelectual y la viveza en la cancha. «Los transfers de aprendizaje de un deporte a otro no son tan frecuentes como la gente cree. No es cierto que un corredor de 100 metros es veloz para jugar al fútbol. Hay tipos que son de madera para las cuestiones intelectuales y vivos para el juego; en la escuela les iba para el culo, pero en la cancha entienden todo».
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Éste artículo fue publicado originalmente en La Nación
Cristian Grosso
Egresado de DeporTEA, desde 1991 trabaja en el diario La Nación, donde actualmente se desempeña como Editor de la sección Deportes. Realiza la cobertura periodística de los Mundiales desde Francia 1998. En 2006 publicó su primer libro, Por amor a la camiseta, de la editorial Capital Intelectual, y luego Futbolistas con historia(s) (2007), Futbolistas con historia(s) 2 (2009) y la saga se completó en 2010 con Futbolistas de selección, todos con Ediciones Al Arco. En 2014 sumó Messi, el patriota con la edición de La Nación.
Diego Morini
Diego Hernán Morini es Técnico Superior en Periodismo Deportivo por DeporTEA. En 1997 realizó su primera experiencia en el diario La Razón y en 1998 ingresó al diario La Nación. Fue enviado especial a diferentes acontecimientos internacionales: Finales de la NBA de 2014 y 2016. Entrevistó a Manu Ginóbili en varias oportunidades y cubrió juegos de San Antonio Spurs durante la temporada regular. También entre 2010 y 2015 colaboró en Goal.com. Participó en el libro Un picado en el Maracaná, de Augol. Y dicta clases de Técnicas Gráficas en ETER y en DeporTEA.
Fernando Czyz
Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y formado como Especialista en Planificación y Gestión de la actividad periodística en la misma institución, cuenta además con una maestría en Periodismo de Agencia por la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Entre 2003 y 2005 fue profesor de Ciencias Sociales en la UBA. Docente en Universidad del Salvador (USAL), ETER y Universidad de Belgrano (UB). Trabajó como Responsable On-Line del Departamento de Medios y Comunicación de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), como redactor en canchallena.com y La Nación Deportiva. Actualmente se desempeña como periodista para la Agencia de noticias EFE y TNT Sports.